Miro las flores y el campo, he
olvidado la cuarentena: no me ha servido para nada: ni soy mejor, ni soy peor.
No he sufrido una “nueva normalidad”: mi persona ha trajinado por las calles
igual que antes, que cuarenta días antes, no me he disfrazado, ni me he
revestido de nuevos ropajes, excepto del bozal. A la gente que me encontré la
saludé como el día anterior; los otros hicieron lo mismo conmigo. La única
diferencia: la gente me hablaba de muertos, de ertes que no han cobrado –la
ministra: les voy a explicar qué es un erte…¡qué gracia!-, de trabajo no
reanudado, etc.
Lo mejor: dejar de ver
televisión, salir a la calle y no ver más: “Aló, Presidente…”; ignorar a los
mentirosos de los periodistas, en las mismas
tertulias de siempre con los mismos argumentos de siempre, y a las
televisiones que nunca mostraron los féretros del Palacio de Hielo –hasta
ahora-¡qué suerte, librarme de ellas!. Lo mejor: salir a la calle abarrotada
que implica: dejar de aplaudir y de hacer ruido con la cacerola; dejar de
sentir a mi vecina con sus carreras locas por el pasillo a las ocho de la
mañana –aunque como ahora ha cogido la costumbre de vez en cuando lo sigue
repitiendo-; he casi olvidado aquellos mensajes gubernamentales: “entre todos
lo vamos a conseguir, nadie se quedará atrás…”.
Ahora lanzan nuevo mensaje: puede
volver un repunte.¡Qué fácil se olvidan aquellos principios de la pandemia, de
ese que llaman del doctor Simon:” Esto es como una simple gripe; habrá dos o
tres casos (llevamos 50.000 muertos)”Y ni siquiera esos charlatanes de televisión
que no han tenido ertes y que cobran un buen sueldo hacen videos, como Cantero
de televisión diciendo: “Esos imbéciles que no respetan las normas..”El pueblo
se hartó. Quiere cotidianidad, porque algo cotidiano es la vida misma. Vivir es
respirar con libertad: sin comeduras de coco de televisiones, sin alós
presidente, sin miedo a ser uno mismo.
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