Capas de agua rebosan en sus pozos surgiendo al exterior, una vez atravesada la zona de arenisca y caliza,encharcando un campo de llanura, vapuleado por el cierzo, ennegrecido por la oscuridad de nubes que quieren descargar y no pueden, para humedecer y nutrir de nueva savia el carrizo y para que la enea esparza sus semillas, como si fuera un elegante abanico utilizado por una bella señorita.
Un campo de humedales, un bosque de carrizos amamantado por las aguas, en cuyo paso unos puentes de madera permiten al viajero no encharcarse los pies. De vegetación escasa, sólo el taray y el almajo aguantan, ya sea sequía o exceso de agua. Y si la hay, las aves, todas ellas formando diversas clases de "patos" o gallinitas ciegas, se atolondran entre los juncales: amor de alas, amor de viento silencioso, de ellas o de otros: gansos, zorros ,nutrias...
La primavera se muestra esquiva y el río y la laguna parcos en añadidos. El enorme campo se encoge cuando el tamriendo quiere estirar su vuelo para que gorriones y otras aves, abejarucos, constuyan sobre él sus nidos.
Flotan los añadidos y las explicaciones sobre el seco carrizo que se extiende como si fuera un campo de trigo, besando el agua a sus pies, escondiendo quién sabe qué reptil húmedo.
Más agua, más, fenómeno no solo natural, sino tambien con vida que disfruta de la tranquilidad de ser una reserva.
Merece la pena.
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