¡Qué desafío con uno mismo, qué lentitud
mental, qué ganas de engañarse..!
¡Cuánto se tarda en ver nuestras carencias,
en darse cuenta que se pisa repetidamente
el mismo camino, que se retrocede
constantemente buscando, que se duda
del futuro incierto y en esos esfuerzos
sublimes se olvida el presente.!
¡Qué estampida huida hacia no se sabe donde,
qué falta de escarmiento en el constante
choque contra la realidad: si nos alejamos
o regresamos sobre el mismo centro,
si a lo largo del camino las huellas y los recuerdos
se pavonean atrevidos en nuestro cerebro!
Todo por un enorme
deseo de superarnos, de ser otro,
por un deseo de trascender, de ser distinto,
sin caer en que estamos hechos de los mismos lazos
de ADN, de los cotidianos pensamientos
que se lleva el tiempo.
¿En qué mundo soñado pudo el hombre ser feliz?
Un destino sin edificar: gloriosas acciones
vanas, sueños intrascendentes que nada modifican,
somos un caos en el espacio de los tres tiempos,
un desencuentro: con el niño racional
que fuimos mirando a la madre,
odiando al padre como jóvenes rebeldes,
o con la irresponsabilidad del adulto
harto de tanto viaje.
Un desencuentro con nosotros mismos:
con los diferentes hombres que somos.