Antes teníamos vergüenza, ahora no.
Teníamos vergüenza cuando no sabíamos algo; tampoco sabíamos disimularlo, ni mentir con una respuesta equivocada.
Teníamos un compromiso a la hora de realizar una tarea, y si se nos asignaba un puesto, una tarea para la que no nos considerábamos preparados, renunciábamos a ella.
Teníamos vergüenza de hablar incorrectamente, de cometer un disparate sobre un acontecimiento perfectamente registrado en los libros de texto, en las enciclopedias.
Teníamos un compromiso con aquello que habíamos estudiado y que, más o menos, dominábamos, y renunciábamos a puestos cuyos conocimientos no abarcábamos.
Nada de esto sucede ahora.
En este sentido, me viene a la mente una cita de las muchas lecturas realizadas:
“Cuando comienzas a tener la sensación de que estás viviendo como normal lo que es anormal, la vida vuelta al revés que no se ata al discurrir razonable de las cosas y al sentido común que mantiene ese discurrir, conviene que se encienda la alerta para que no llegue tan lejos como has llegado.” Luis Mateo Díez, Vicisitudes
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