Toro. Un pueblo castellano que tuvo su importancia. Por las
ovejas, por la lana y por el vino. Pero también por su historia.
El viajero que llega hoy a Toro
se queda un poco extrañado. Parece un pueblo, como tantos otros. Es más, yo diría
que incluso parece menos de lo que es, a pesar de tanta historia. Y ¿por qué?
Por su distribución. Toro tiene una calle principal: de la Torre del Reloj,
hecha con vino, hasta la Colegiata, junto en el límite del teso de la Vega. Carece de esas plazas o plazoletas típicas
de todos los pueblos castellanos, alrededor de las cuales o en su forma
acumulan todo lo que es el pueblo. En el fondo, Toro es un pueblo que mezcla
los estilos, y si quieres saber y ver sus monumentos tienes que patearlo. Sus
conventos, la Colegiata, y la Torre es lo principal.
No despreciamos la Vega de Toro,
que tanta importancia tiene en ese lugar. Apenas nada queda de las Cortes
(Palacio) de Isabel y Fernando, o de otros palacios nobles. Como toda Castilla
es un pueblo que ha ido perdiendo historia, ya que del recuerdo no se vive, sí
de sus grandes caldos más que de sus platos, pero es tranquilo y afable.
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