Por una carretera, entre montañas, llegamos a Caldes de Boí, y su iglesia de San Joan, en un lateral, a la entrada del pueblo, en un recoveco, se nos muestra como si estuviera situada en las afueras de la población, rodeada de montañas. El pueblo,con recinto medieval, pequeño y encogido es similar a la iglesia, pequeña y mágica. Callejuelas estrechas que dan paso en su terminación a unas aberturas montañosas, inclinadas, como si el terreno elevado rodease el pueblo y la iglesia, y a su vez pudiera deslizarse hasta el barranco,llevando consigo todo rastro de vida humana.La iglesia, de tres absides y su torreta, se encuadra en un reciento que parece mágico, con pinturas exteriores de personajes que indican la moda del momento; y en su interior un derroche de imaginación pictórica, quizás motivada por el lugar, plantas, animales y personas en las escenas que aún quedan, pero todo ello visto de manera desconcertante y fantástico, prototipo de las historias que en aquellos tiempos se transmitían sobre demonios, animales mezclados o humanizados, plantas exóticas, individuos desconcertados, etc
Todo un mundo de fantasía y silencio, una vez que se pasa la puerta y uno se adentra más allá de la realidad.Desde luego lo que no falta es originalidad.
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