Llegamos una mañana soleada. Yo creo que ya había estado, pero no reconocí nada de lo que vi. El "olor A SANTA" tampoco apareció, como sucedió antaño, cuando creí que había estado. El pueblo se encontraba sin movimientos, apenas sin personal, mejor para poder recorrer todo lo que es necesario ver. El Tormes llevaba bastante agua y el campo todavía no estaba perdido. El espíritu de humildad no lo noté, pero sí el afán turístico.
Terminada la visita, decidimos comprar hornazos salmantinos. Aquí se elaboran dos tipos: el dulce y el de siempre, que tampoco es salado, pero su masa aparece muy adaptada al tipo de empanada, más que al tipo hornazo. Demasiado chorizo.!
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