Cuando desaparecía el cansado sol,
él se quedó mirando el lejano horizonte, como todas las tardes. Aquellas
figuras que formaban las nubes, aunque cada vez distintas, recordaba haberlas
visto otras veces. Esas figuras formaban campos que sólo él podía interpretar
por su experiencia: unas gotas de agua que se desbocaban del negro nubarrón, o unas
espigas salvajes que surgían de un matorral arado y sembrado para la hora de la
cosecha, entre verdes hierbas de distintos colores, como si fuera primavera; o amable
gente, con sus viejos aperos, que se afanaba en los fatigosos campos recogiendo los últimos reductos de la faena/pobreza
antes de que anocheciera; o unos atropellos de ciudad, de coches desguazados,
sin ocupantes que pudieran entender ese campo tan indómito y salvaje.
Esas figuras, que iban perdiendo resplandor, podrían ser imágenes transformadas por su memoria, culturizada en algún libro, cuadro o museo de la ciudad? Y si fuera así, de dónde surgía ese sentimiento que se convertía en recuerdo, y éste a su vez constituía una visión, tan real, como si todos aquellos elementos naturales fueran mostrándose lentamente?
La duda le convirtió en otra persona que no era él, sino un extraño, millonario, que llega a la naturaleza de manera forzada; o en un extraño, llámalo ecologista sin acción, confundido por los sonidos silvestres del bienestar avícola o animal, y regresó a la ciudad.
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