El mes de septiembre no
sufre, se achica. Su aurora “de rosados dedos” sonríe y viste
de oro, aurora amarilla. Madura el día del largo verano, madura el
higo y el membrillo; las moras y las uvas de zorra, madura la
sabiduría.
El oro de los trigales
cae y se pierde la mano que arroja el fruto amarillo en el surco. El
sueño renace y se agrieta la política y las relaciones se examinan.
No volvamos la mirada al
cielo que implora, son las deficiencias humanas necesitadas de
consuelo. Somos dueños de los frutos que el campo te entrega, frutos
que has olvidado en tu paladar.
Somos dueños de nosotros mismos, del cambio que nos transforma en septiembre ...últimos sabores del deseo que chocaron en el agua, el descanso y la felicidad...¿o no?
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