jueves, 17 de octubre de 2019

Irene López de Castro

Ese vaho amarillo que no se sabe muy bien qué es:si rastrojo de trigo de Castilla, tumulto vacuno de Carolina del Norte, o sequía de África. Líneas difuminadas que sin precisión se extienden y elevan los residuos más allá de este mundo, como guía espiritual que se esconde en unos rostros ieráticos, fijos, con la mirada hundida a lo lejos; personas que deambulan al lado del río-agua en las faenas cotidianas neolíticas, con el agua hasta el cuello, las cestas y aperos sobre las cabezas, si es por tierra al lado algún árbol abandonado y unas telas haciendo de tejado momentáneo; a veces al lado de construcciones simuladas, de barro o moñigas, de lo que somos, para retener un breve sueño de descanso, pasajero. Miro, y todo flota, envuelto en un torbellino ventoso, como en esas tardes de sol y viento de verano en las que predomina la modorra y desgana, sin prisa para levantarse y acudir a las faenas: mujeres en el mercado con productos centradas en sus penas, mujeres flotando con cestos en la cabeza o en el río lavando las miserias. Conozco esa vida que, aunque parezca de sueño, amarilla, es pordiosera como refleja muy bien los pinceles de la artista, con una maestría de complacencia, de saber. Me ha encantado la exposicíon y merece mucho el trabajo de esta gran artista. 

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