Aquella noche tuvo un sueño, como muchas noches, pero fue un sueño especial. Soñó con llaves que abrían candados de diferentes casas. Había ido caminando por la calle, metiéndose en todos los lugares que encontraba: el primero fue la casa de su novia que estaba vacía, luego fue un Museo, a continuación una iglesia del románico, posteriormente una Academia sin académicos, seguidamente un Senados sin senadores, ...y no sabe más, el sueño se difumina. Recuerda que en todos estos sitios era un extraño, un ajeno. No sabía cómo salir, y siempre se preguntaba: si encontrase la llave, me evadiría de este vacío. Oía su voz interior que le decía: Y tú me lo preguntas? Pero no le daba ninguna solución. Le vinieron a la mente las palabras de Aristóteles de que todos tenemos el deseo de saber. Y aunque Aristoteles justificaba esta idea aludiendo a la capacidad de los sentidos, él percibió que se encontraba encerrado en un mundo del que no podía salir, porque los sentidos, o algunos sentidos no le funcionaban, por ejemplo el olor de su novia, o la visión para deleitarse en el Muso o en la Iglesia con las obras de arte, capacidad sublime del ser humano,
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