jueves, 1 de julio de 2021

ALEJANDRO HERMANN


Iba paseando por García de Paredes, calle madrileña, y de pronto me acuerdo, después de preguntar a un joven veinteañero si conocía donde había una librería, y el chico tan extrañado me repitió ¿librería?, sí, quiero ver libros, ah, pues no sé, no conozco por esta zona ninguna, muchas gracias y, bajando por la calle  me vino a la mente una galería de arte donde ya había estado otras veces. ¡Qué bien, no me arrepiento! Me encontré con la horma de mi zapato. Dentro, una pareja comentaba con la dueña la compra de un cuadro, que quería que se lo rebajase el artista y que no coincidía con las dimensiones que ellos traían del lugar donde lo iban a colocar. Después de echar una ojeada rápida, me dije no me puedo quedar sin estas imágenes, esto es lo que yo andaba buscando, estas son las ideas que yo he tenido muchas veces y no he podido realizar, este artista me ha fastidiado mi obra, entonces pedí permiso a la dueña, al menos para fotografiar y llevádmelas como recuerdo. Siento que las imágenes con esta cámara que llevo, tan cutre pero sumamente cómoda, no  produzca un tercio de sensación de lo que son los cuadros y lo que se aprecia en la galería.  Ya sé que no hay nada nuevo, que esta técnica mixta está en la pintura del siglo XX excesivamente repetida, pero a mí me entusiasma. Un predominio del color blanco-negro echado, arrojado sobre una tabla o madera que sirve de soporte, introduciendo en el cuadro aquellos elementos usuales antes y que hoy nos parecen raros: sacos, cuerdas, libros...
El mundo se hace más grande cuando se comprende que nada es inservible, darle vida a lo que parecía muerto -siempre quedan ascuas- conforma otro objeto con distinta función, que provoca admiración en el nuevo ser.

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