En algunas religiones existen dos puertas: la de la vida y la de la muerte.
Cuando una se abre, la otra se cierra.
Se abre la de la vida, que no es otra que la de los sentidos: vista, oído, olfato, gusto y tacto.
Cada uno representa una parte esencial del ser humano, a veces con distinto desarrollo, que, yo diría, es el motivo vocacional de cada uno. Por tanto, el sentido condiciona el trabajo; y éste se constituye en gran parte por la perfección inherente a cada sentido. Fíjate: una mirada lo indica todo, lo capta todo; un susurro lo perpetua ; lo alimenta el sabor y el perfume celestial lo capta el olfato; pero el colmo de todo, es el tacto, el abrazo.
Los sentidos son la existencia. A medida que ésta prosigue, aquellos menguan. Señal inequívoca que se aproxima otra puerta.
Si esta puerta se cierra, la que se abre, abre otros espacios y tiempo que todavía desconocemos.
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