-¡Siempre la misma cantilena! -dijo
Rodolfo-. ¡Siempre a vuelta con los deberes! ¡Ya estoy de ellos hasta la
coronilla! ¡Son una porción de viejos zopencos en mangas de camisa y de
santurrones de sacristía los que continuamente nos gritan al oído: “¡El deber!
¡El deber!” ¡Cáspita! El deber no es otro que sentir lo grande, adorar lo bello
y no aceptar , con las ignominias que nos impone, todos los convencionalismos
sociales.
-Sin embargo…,sin embargo… -argüía la de
Bovary.
-¡De ningún modo! ¿Por qué arremeter
contra las pasiones? ¿No son ellas lo único hermoso que existe en el mundo? ¿La
fuente del heroísmo, del entusiasmo, de la poesía, de la música, de las artes,
de todo, en fin?
-Pero hace falta –dijo Emma- someterse, en cierto modo, a
la opinión de la sociedad y obedecer sus normas sociales.
-Pero es que hay dos clases de moral
–replicó Rodolfo-, la cominera, la convencional, la que de continuo cambia, y
grita, y bulle a ras de tierra, como esa turba de imbéciles que tenemos
delante. Pero la otra, la eterna, está en torno nuestro y por encima de
nosotros, como el paisaje que nos rodea y el cielo azul que nos ilumina.(VIII,
segunda parte.)