Es cierto, lo recorrimos.Entonces el tiempo no importaba: veíamos
caer lentamente las hojas de los árboles invierno tras invierno,
frío, lluvia,... pero no importaba.
Era como si estuviéramos hechos de finísmos brotes
verdes que surgían potentes en cualquier valle,
bañados por el agua de la ribera, sin prisas para crecer,
aunque nada se detenía inexorablemente, no necesitábamos mentir.
El dueño de uno mismo no era el tiempo
ni el anciano incrédulo que nos miraba al pasar,
ni la política que se ejercia mal en los parlamentos
-realidades que derivan siempre hacia la nada-,
el dueño de uno mismo era el otro que te ensalzaba
que te revestía de lisonjas y espumas, te adornaba
la cabeza con guirnaldas de vencedor.
¡Ah, tardes inmensas envueltas en el sol que no quería huir..
Tardes de primavera sin polen ni fatigas, de flores invadidas,
de juventud poderosa donde la mirada se quedaba en las narices ..!
Pero nada se ocultó con cuidado lo que no
pudo estar escondido, a simple vista,
ni se amó, al no declararse, -por tanto,
era endeble-lo que no se tocó,
si se abrazó el mar en el océano,
ni se besó la ola contra la arena, -sólo aire-
posiblemente hubo una fuerte fuente
de deseo -irremediablemente humana-
escondida en el interior de las rugosas pieles
enzarzada en las rozaduras del tiempo y en el agua que brillaba .
y, sin embargo, allí,se silenciaba y susurraba en voz baja
sobre los cristales, el agua, como gotas furiosas , traía el viento racheado
y corrimos,en la oscuridad, hacia el ómnibus, apurando el brillo de la luz.
Ahora de nada estamos seguros excepto de que entonces llovió y estuvimos
y fuimos, de nada de lo que hablamos excepto que hablamos -y tal vez no estuvimos-
De nada estamos seguros de aquellos días excepto de los árboles que nos miraban.
Gotas de tiempo que trastocan la memoria huidiza donde no cabe el rencor
mientras fuera también llueve y nadie sabe dónde refugiarse.
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